Querida Elena,
Quizás no lo sepas, pero hoy quiero contarte que llevo escribiéndote cartas desde mucho antes de que nacieras. Conservo las primeras líneas que te escribí cuando apenas recibí la noticia de que tu vida empezaba a gestarse en mi vientre y solo soñaba con la persona que serías sin ni siquiera haberte tenido en brazos por primera vez. A día de hoy, sigo escribiendo pensamientos que quisiera compartirte, los voy dejando en papeles que encuentro por aquí y por allá, pero hoy he decidido ordenarlos; para ti y para mí. Hay tanto que quiero contarte, tantas cosas que me gustaría decirte, pero creo que empezaré por la más importante de todas: te amo tanto hija querida.
Te escribo estas líneas mientras estás en la habitación de al lado con una leve fiebre que te ha mantenido más tranquila de lo usual durante las últimas horas. Te escucho jugar casi en silencio con el televisor prendido de fondo. Cada tanto entras a mi habitación como verificando si sigo aquí. Yo te sonrío y continúo escribiendo, y para ti eso parece suficiente. Creo que ya empiezas a notar que no me gusta jugar, que ya olvidé cómo hacerlo; y hace mucho dejaste de insistirme. No pareces resentírmelo, o al menos finges muy bien no hacerlo para no hacerme sentir mal.
A veces me da la impresión de que los papeles están invertidos por completo. Tú cuidas de mí como si yo fuese tu pequeña e indefensa hija, y yo lo permito; a veces incluso podría decirse que lo necesito.
Ahora que lo pienso, en realidad no exiges mucho de mí. He notado que te gusta que te preste atención cuando me hablas (y vaya que hablas…). Antes, bastaba con prender el televisor y te transportabas durante horas a ese mundillo colorido y ruidoso sin pronunciar una palabra. Ahora, tu presencia se siente cada vez más. Empiezas a tener opiniones, a hacer preguntas. Sostener una conversación contigo es casi como hacerlo con un adulto. Ya no puedo fingir prestarte atención, sabes reconocer de inmediato cuando estoy fingiendo escucharte pero mi cabeza está en otro lado.
Lo cierto es que estás creciendo a pasos agigantados, y hay días en los que apenas te reconozco. A veces, mientras estás en la escuela, me gusta entrar a tu habitación vacía mientras hago una inspección minuciosa de cada dibujo que has hecho, de cada curiosidad que tienes, para descubrir cuales son tus gustos estos días pues suelen cambiar demasiado rápido. Intento no imponer mi orden y respetar el tuyo pues conoces la ubicación exacta de cada cosa que posees. Veo algunos vestigios de tus primeros años en alguna muñeca que todavía conservas, pero cada vez veo más evidencia de la persona en la que te estás convirtiendo y menos de la niña que últimamente te está quedando muy pequeña. Observo tu arte, tus invenciones y manualidades, y comienzo a entender la magia que tienes en esa cabecita tuya. Entre estas cuatro paredes que pronto dejaré de decorar a mi gusto, va despertando una gran artista y va reclamando su espacio una creadora nata, y yo se lo permito y observo en silencio; mientras cada día veo como vas necesitando menos y menos de mí.
Debo confesarte que no siento ni la más mínima nostalgia por aquellos días en que dependías de mi para absolutamente todo, me atrevería a decir que espero los años que vienen con cierto alivio y curiosidad por ver en quiénes nos convertimos; tú y yo.
Verás hija, en alguna etapa del camino, entre la presión auto impuesta por ser la madre perfecta y la conciencia cargada de los hechos que cada día demostraban que es imposible serlo, a medida que tú ibas creciendo y reconociendo quien eras, yo me iba desconociendo y un día en particular, sin poder señalar exactamente cuando y cómo fue; olvidé quién era.
Pronto empezó mi búsqueda por redescubrir quién era yo sin ti. Comencé a trazar de nuevo todas las decisiones que alguna vez tomé, las buenas y las malas; a intentar recordar qué es lo que me hacía verdaderamente feliz. Cada sueño que alguna vez me llenó de ilusión, los que cumplí, los que no y los que abandoné; cada éxito y cada fracaso. Cada “hubiera” que aún arrastro. En este proceso, fue surgiendo una necesidad imperativa de documentar esta búsqueda y contarte absolutamente todo lo que a mí me hubiera gustado que me dijesen en distintos momentos de mi vida y que quizás hubieran hecho mi andar un poco más ligero.
Fue así como nació la idea de escribirte estas cartas. Siento que el tiempo nos está robando valiosos momentos y conversaciones. Tengo tanto que compartirte. Somos el resultado de nuestras elecciones, y en cada decisión siempre hay una gran lección. Tengo tantas lecciones y elecciones guardadas en mi memoria que temo que un día se me escapen sin poder haberlas compartido contigo. Lecciones sobre la importancia de tener nuestros propios sueños y el trabajo duro para conseguirlos, lecciones sobre el amor y el desamor, sobre el perdón y las segundas, terceras y cuartas oportunidades, la importancia de la gratitud, el camino de la felicidad, el saber apreciar las pequeñas cosas que te ofrece la vida cada día, el deber que tienes de ser honesta contigo misma, de aprender a disfrutar de la soledad y de amarte a ti misma antes de intentar amar a otros.
Con estas cartas, no pretendo ahorrarte lágrimas ni dolor, por que estos también son necesarios al momento de convertirnos en quien estamos destinados a ser. En ellas no encontrarás atajos, trucos ni milagros. No son un manual de instrucciones precisas a seguir. No respetan ningún orden lógico ni particular; tan solo pretendo que mis palabras te acompañen a lo largo de tu camino, y un día cuando creas que has fracasado, te sientas sola y desesperada, puedas regresar a ellas, sientas el amor con el que cada una de ellas fue escrita; y quizás en ellas encuentres algo para ti.
Aunque así lo quisiera, con estas cartas no pretendo armarte ante la vida, porque sé que esto es imposible. Solo quiero que en ellas me conozcas y quizás algún día te reconozcas. En cada línea encontrarás un pedacito de mí, de las lágrimas que he llorado y las risas que he reído en el proceso de integrar cada lección. Toma las que te sirvan, hazlas tuyas y deshecha las que no. Yo por mi parte, no quiero dejar nada sin decir. En esta lucha incesante por descubrirnos y construirnos, vamos por la vida dejando tantas cosas por decir, hacer y vivir, que cuando finalmente encontramos el tiempo para retomarlas, suele ser demasiado tarde.
Quizás te esté usando una vez más y estas líneas en realidad no son para ti, sino para mí. Quizás una vez más tú me estás rescatando a mí. Quizás vuelva a encontrarme en estas líneas o quizás lo hagas tú en unos años. Quizás nunca llegues a necesitarlas y prefieras escribir las tuyas. Quizás nunca llegues a comprender lo que tu sola existencia ha significado para mí. Por eso he elegido esta primera carta para decírtelo: eres una niña maravillosa y una hija extraordinaria. Le has dado a mi vida un sentido que jamás podrás comprender, no hasta el día que escuches explotar en llanto el latir de un corazón al que has dado vida con el tuyo propio.
Estas cartas son mi humilde forma de decirte: ¡Gracias hija, por darme tú la vida a mí!
Te quiere,
Mamá.